jueves, 16 de octubre de 2008

COCINAS LA TARDE. INDIRA BROCA

¿qué puedo decir? cualquier cosa parecería justificarse.

un abrazo a los amigos que siguen curiosenado en mis fumadas y una que otra desventura (no sean, ya escribanme algo), y un abrazo para ti nacho, por este texto, gracias.

COCINAS LA TARDE. INDIRA BROCA
Ignacio Martín
Es una inmensa alegría compartir este momento; una alegría y un honor, hace unos meses, el 16 de febrero, una bella mañana de sábado, afuera del Jaguar despertado, compartimos lectura Indira, Teodoro Villegas y un servidor; estaban presentes muchos de ustedes; les aseguro que ni en mis mejores proyecciones pensaba que esto pudiera pasar tan sólo, ¿cuánto?, poco más de tres meses después.
Ese día, Teodoro, desde su experiencia, lanzó una premonición, algo así como: a esta niña, en dos o tres años, la vamos a ver de lejos. No lo sé, no creo que la literatura, sobre todo la poesía, sea un asunto de competencias, pero sí tengo claro, desde ese día, que Indira, tan joven como es, posee una voz como pocas, fuerte, pero sin estridencias; sus versos llevan al lector, constantemente, de la caricia a la cachetada, sus referentes literarios son amplios y, sin embargo, no son evidentes o “chillones” en su escritura, ya están asimilados, algo fundamental para cualquier escritor y, sin embargo, no tan fácil de encontrar, sobre todo en los que empiezan.
Porque una cosa es el ego, imprescindible en cualquier creador, y otra la soberbia; leer Cocinas la tarde, escuchar los poemas de Apuntes para sentirse loco, que escuché aquel no tan lejano día de febrero, me mostraron a una poeta con mucho respeto, casi veneración, por lo que hacía; en los poemas de Indira Broca se siente el trabajo, y eso, en los que conocemos: nada sobra, nada falta; no hay versos flojos, puede que haya poemas que nos gusten más que otros –eso es normal, lógico, pasa siempre, con cualquier autor–, pero no hay poemas, a mi modo de ver, a los que se les pueda decir: ¿qué haces aquí?, ¿cómo te escapaste del cajón?; eso, creo, es simplemente señal del trabajo, si lo que vemos es algo redondo, acabado, quiere decir que el orfebre ha pasado horas puliendo ese metal, pero muchas más desechando piezas, o dejándolas más tiempo macerar, a ver si se les aprovecha algo; como filólogo que también escribe poesía, ese respeto, si hace falta feroz, por la palabra y la poesía, nuestras herramientas de trabajo, me parece encomiable, por lo raro, aunque no lo crean.
Ya les he mencionado un par de títulos de la obra de Indira; un recorrido por bastante de lo que hasta ahora ha escrito –tengo el privilegio de haber leído ese material, que le pedí para preparar esta presentación– me ha reafirmado en esas ideas que vengo apuntando; la fuerza y la originalidad de su poesía, sin alejarse de lo que la rodea y de quienes, sin renegar de sus lecturas y sus amigos, sin dejar de ser una mujer joven de su tiempo, esas ideas, decía, las encuentro en todos sus textos. Iré recorriéndolos y leyéndoles algunas muestras, para que vayan haciéndose una idea.
Su primer poemario, Desnuda el alma, escrito a los diecisiete años, muestra una voz joven, desde luego, aggiornata, desde luego, pero también con un punto de ancestral ironía:
III
Del lado derecho
Se encuentra esa vocecita que me atormenta
armada con el poder de la culpa,
sus aliados: el miedo y la duda.
Del lado izquierdo
estás tú,
despidiendo en cada poro
las ansias y delirios
por un sudor ajeno.
Nuestro premio está enfrente,
semidesnudo:
y como no son días de guardar
nos lo tiramos

Con eso de los diecisiete años, podríamos pensar en una trampilla muy propia de los escritores, jugar con las fechas; sin embargo, tomando en cuenta la edad de Indira, creo que no hay margen para el juego, o sea que eso que les acabo de leer es la voz de una joven que sale de la adolescencia, pero también la voz ancestral, como mencioné, de la mujer que se rebela contra los lastres que se le imponen, que sólo habla por ella y que, por eso mismo, se vuelve voz de muchas; parece que es un diario, un tono muy propio de una voz adolescente; sin embargo, esa mujer joven habla con su cuerpo, y el cuerpo, a través de la poesía, le contesta, y habla también con el alma (o la mente, ¿que no es lo mismo?); el cuerpo, entonces, cobra voz, el cuerpo se personifica, para los que gustan de los nombres técnicos, hay una paradójica prosopopeya: el cuerpo, la forma de una persona, se personifica; y déjenme decirles que ese verso final es clave en el poemario: “nos lo tiramos”, una frase que, si sacamos de ese contexto, para muchos sería vulgar, en ese contexto, gracias a la poesía, adquiere un tono que podría ser incluso metafísico... por lo que implica de autoafirmación.
Indira, tras este poemario, escribe dos libros, Poemas en Garamond, en el que vive ahora –porque si los escritores viven sus libros, los poetas, los viven, sí, pero también viven en ellos; lo que no suelen hacer es vivir de ellos– e Imágenes extraviadas, compuesto por dos poemarios: Escala de grises y Cocinas la tarde, esta plaquette que hoy presentamos.
Ya sé que los poemas que les estoy mencionando están inéditos en su mayoría, ya sé que sólo estamos presentando una plaquette; sin embargo, soy filólogo, y he podido acceder a unos textos que creo que merecen la pena, por lo que permítanme que, en esta presentación, continúe aprovechando esa circunstancia y les muestre un breve recorrido por una obra que, seguro, va a tener numerosos lectores y acercamientos críticos como éste.
Este paseo literario sigue en Escala de grises; pero esa voz del primer libro ahora suena como de blues: rasgada, profunda, tierna y, sobre todo, siempre con ese solo final, digno de Charlie Parker o del protagonista de “El perseguidor”, de Cortázar:
XVI
Me has matado
y te aferras a mi muerte
vaciando cartuchos de pólvora

Clavas tu aguijón
envenenas mis muslos
rompes la carne

Cuando libere mi cadáver
dudo que sobrevivas

Rizaré el rizo y me saltaré al último libro antes de pasar, por fin, a Cocinas la tarde, desde luego, el protagonista de hoy; seguro que sabrían perdonarme la digresión pero creo que la poesía de Indira merece el esfuerzo. Antes, pues, de llegar a nuestra plaquette, algo de Poemas en Garamond, un poemario en el que Indira se está atreviendo a jugar con la literatura y con el propio libro como concepto, como objeto formado por esos signos con los que nos comunicamos; hay un poema cuyo título son dos puntos; el de otro, un asterisco; les muestro uno que es toda una reflexión sobre la poesía y la creación y que, a mi modo de ver, dialoga, por ejemplo, con el que les leí de Desnuda el alma; me parece que es la misma voz, pero ya teniendo muy claro qué es lo que quiere decir:
CÓMO QUIERO QUERERTE CUANDO QUIERES
No sé nada de poesía
Aún no sé si existes
o te invento

¿Se acuerdan de Huidobro? En 1917 escribió un poema que se tituló “Arte poética”; la conclusión fue básica para entender el cambio radical que significaron las vanguardias en la concepción del arte en su conjunto; todo era posible, cada hecho creativo podía encerrar el alfa y la omega:
Arte poética
Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.Una hoja cae;
algo pasa volando;
cuanto miren los ojos creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
como recuerdo en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza:
el vigor verdadero
reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa,
¡oh, Poetas!Hacedla florecer en el poema.

Sólo para vosotros
viven todas las cosas bajo el Sol.

El poeta es un pequeño Dios.[1]


Si eso es lo que Vicente Huidobro escribía en 1917, Indira, casi 90 años después, bebe de Huidobro pero, dando una vuelta de tuerca, nos dice:
Piensa en tus padres si no quieres hacer el amor
Grita blasfemias
Corre al confesionario
Miente al diablo
y no te olvides de mentirle a Dios

O sea, que la poeta no sólo es un pequeño, o no tan pequeño, dios; la poeta sale de la poesía y, a través de ella, se ordena a sí misma, la ruptura total; pero no se lo ordena a sí misma, o no sólo, porque esa voz se dirige a un lector, o sea, la orden también nos la da a nosotros; si todo texto necesita del lector para ser concluido, en poesía, y en eso imagino que todos estaremos de acuerdo, este proceso es fundamental, y de ida y vuelta; el lector es imprescindible, tiene que ser un poco el poeta, como el poeta tuvo que ser su primer lector, y entrar en esa dinámica.
Y si en el primer poema que les leí el cuerpo se volvía personaje, en Cocinas la tarde, los personajes son aún más intangibles; el reflejo, el otro, el receptor, o sea, el lector en el que piensa la autora, recibe también “lo suyo”, con ese tono irónico siempre presente:
[…]
Eres la suerte que nunca tendré
la promesa del paraíso
en manos de un ateo

Incluso, la propia poesía se vuelve personaje, encontramos versos que reflexionan sobre el hecho creativo: “La pausa es el mundo en la elipsis”.
En fin, por todo ello, me pareció importante llevar a cabo este recorrido por una obra que, tarde o temprano, van a conocer; espero haber sabido mostrarles a una poeta, Indira Broca, que considero que nos ofrece una voz propia y una casi veneración por la palabra.
Y sólo así, habiéndose exigido a sí misma todo, puede obligarnos, como lectores, a poner nuestra parte.
Se darán cuenta de que apenas he leído fragmentos de Cocinas la tarde, plagiándome a mí mismo, les diré que ha sido con toda la intención; para qué leerla yo si ella está aquí.
Disfrutémosla.
Gracias.


[1]Huidobro, Vicente. El espejo del agua (Buenos Aires, 1916), tomado de http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_poema1.php&pid=1268

IV Encuentro Iberoamericano de Poesía

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Villahermosa, Tabasco.

En la presentación de De Triangulos Oscuros

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lctura en Tulancingo, hidalgo, dentro del 2 encuentro de escritores realizado en esa ciudad

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